Son pocas, pero son. Y, para decirlo también con palabras de los versos de Vallejo, abren zanjas profundas en la historia que vivimos.
Hablamos de los gobiernos que han logrado establecer dos líderes políticos, que se han estrenado en el poder como presidentes electos de manera incuestionable democrática y que sistemáticamente, sin reposo ni tregua, han buscado perpetuarse en él por medio de nuevas elecciones.
Tiranías de izquierda. Que se busque en los anales de la historia o en los tratados de política y no se encontrará sino dos gobiernos de este orden.
Pues, no es que no se hayan dado variedades en el mundo de la tiranía, ni que la izquierda haya estado condenada a gobernar de una sola forma. Pero lo que la historia conoce son tiranos que, por lo regular, han llegado al poder por medio de la violencia y que han podido conservarlo también por medio de la violencia (así ésta tome el disfraz de pseudos-elecciones o de elecciones que nadie podría considerar como democráticas). Sólo dos héroes o villanos de esta experiencia aún en pleno desenvolvimiento. Robert Mugabe, que en seis comicios continuos ha sido escogido como presidente de un país que él rebautizó como Zimbabue y que lo gobierna a su antojo, sin control de ningún otro poder, y sin otras determinaciones aparentes que las que le dicta su propia voluntad. Y Hugo Chávez Frías, que ya por tres veces ha sido designado presidente de este país al que también rebautizó como República bolivariana y al que gobierna de manera no menos personalista ni menos autoritaria.
PUEBLOS Y GOBERNANTES: DESTINOS INVERTIDOS Aparte de la notable singularidad que representa el que un tirano se haga reelegir, con más o menos transparencia o legitimidad, en comicios electorales donde siempre ha estado presente la oposición, y no han escaseado los observadores internacionales, se pueden encontrar otros rasgos comunes entre los dos gobiernos, o mejor, entre los dos gobernantes. Así, se ha hablado de su común procedencia de los sectores sociales más explotados, de su zigzagueante pero constante voluntad de determinarse con relación al marxismo y sus variantes y, sobre todo, de su común lucha contra el capitalismo y sus fatales derivados, el colonialismo y el imperialismo.
Pero hay un rasgo, aún más chocante por la espantosa incidencia que ha tenido y, desdichadamente, ha de tener en la vida entera de las naciones que estos dos hombres gobiernan: cada uno ha logrado empobrecerlas, no sólo a ritmo acelerado, sino al ritmo opuesto en que afirmaban y extendían su poder.
Resumiendo en extremo y sirviéndonos solo de datos que aparecen en todos los anuarios confiables, formulemos así este común rasgo. Hasta la conclusión del primer período de gobierno de Mugabe (finales de la década del 80) Zimbabwe aparecía como uno de los pocos países africanos con mejor calidad de vida, más amplia redes de comunicaciones y mayor producción de energía per cápita; un país con una economía que le permitía autoabstecerse en materia alimentaria y exportar cereales y productos agrícolas industriales; un país, en fín, que podía aspirar a un desarrollo sostenido como nación independiente. Hoy día, todos esas características de la calidad de vida y de la economía de ese país han desaparecido y en su lugar aparecen las cifras que lo señalan como el país africano de más critica economía (desempleo que alcanza el 80%, inflación anual que supera las 8 y hasta las 9 cifras, avance de plagas como el sida, la pobreza extrema y un éxodo inconcebible.
Con este referente, comparemos lo que nos dicen esos mismos anuarios sobre lo que era la economía y la calidad de vida de Venezuela hasta 1998 y lo que es ahora. Los anuarios dan cuenta, en efecto, que Venezuela aparecía, entre los países de América Latina, no sólo entre los países mejor situados en la producción de petróleo, sino en la de otros minerales, piedras o hidrocarburo: diamantes, hierro, bauxita, aluminio, gas natural. Y, lo que quizás pueda causarnos en estos días más asombro y dolor, aparecía también entre los países que podía autoabastecerse y exportar en rúbricas como azúcar, aceite de palma, café, bananas, cacao, y hasta carne vacuna. Comparemos eso, no sólo con las propias estadísticas del gobierno, sino con las razones profundas de la mayor crisis alimentaria que ha conocido Venezuela en un siglo. Y si aún nos queda inquietud y tiempo, comparemos en lo que era nuestra situación en aquellos otros aspectos tan decisivos para la calidad de la vida y el anhelo de un desarrollo sostenido, producción de energía, infraestructura vial, sanitaria y educacional y lo que son ahora.
GOBERNAR PARA DURAR Y NO PARA PRODUCIR Quizás la tarea suprema de quienes buscan resolver la múltiple crisis económica y social en que vivimos consiste en analizar cada uno de esos rasgos del gobierno actual. Pero lo más importante es vincular unos con otros; preguntarse, por ejemplo, qué relación puede haber entre el afán de mantenerse en el poder por medio de elecciones y el empobrecimiento del país. Y quien se haga tan solo esta pregunta, no debería dudar de que está inquiriendo sobre lo que es la esencia misma de una tiranía de izquierda o, como también se le dice, de una dictadura democrática: todos los recursos con que cuenta la nación, el gobierno los invierte en garantizar su perpetuación en el poder, no el mejoramiento, o siquiera el mantenimiento de un mínimo de calidad de vida para la sociedad Para Mugabe, el arte de gobernar ha consistido en usar todos los recursos que ha podido quitarle a los sectores productores (en su casi totalidad propietarios blancos) para mantener vivo el apoyo de unas masas que no conocieron otro régimen de vida que el que les imponía un apartheid tan severo como el que existía en Sudáfrica. Chávez no ha tenido escrúpulos en hacer lo mismo, sólo que aquí todos los sectores, hasta los más depauperados han conocido un tipo de vida mejor, más seguro y con mayor esperanza que este régimen que ahora se nos quiere imponer.
Hablamos de los gobiernos que han logrado establecer dos líderes políticos, que se han estrenado en el poder como presidentes electos de manera incuestionable democrática y que sistemáticamente, sin reposo ni tregua, han buscado perpetuarse en él por medio de nuevas elecciones.
Tiranías de izquierda. Que se busque en los anales de la historia o en los tratados de política y no se encontrará sino dos gobiernos de este orden.
Pues, no es que no se hayan dado variedades en el mundo de la tiranía, ni que la izquierda haya estado condenada a gobernar de una sola forma. Pero lo que la historia conoce son tiranos que, por lo regular, han llegado al poder por medio de la violencia y que han podido conservarlo también por medio de la violencia (así ésta tome el disfraz de pseudos-elecciones o de elecciones que nadie podría considerar como democráticas). Sólo dos héroes o villanos de esta experiencia aún en pleno desenvolvimiento. Robert Mugabe, que en seis comicios continuos ha sido escogido como presidente de un país que él rebautizó como Zimbabue y que lo gobierna a su antojo, sin control de ningún otro poder, y sin otras determinaciones aparentes que las que le dicta su propia voluntad. Y Hugo Chávez Frías, que ya por tres veces ha sido designado presidente de este país al que también rebautizó como República bolivariana y al que gobierna de manera no menos personalista ni menos autoritaria.
PUEBLOS Y GOBERNANTES: DESTINOS INVERTIDOS Aparte de la notable singularidad que representa el que un tirano se haga reelegir, con más o menos transparencia o legitimidad, en comicios electorales donde siempre ha estado presente la oposición, y no han escaseado los observadores internacionales, se pueden encontrar otros rasgos comunes entre los dos gobiernos, o mejor, entre los dos gobernantes. Así, se ha hablado de su común procedencia de los sectores sociales más explotados, de su zigzagueante pero constante voluntad de determinarse con relación al marxismo y sus variantes y, sobre todo, de su común lucha contra el capitalismo y sus fatales derivados, el colonialismo y el imperialismo.
Pero hay un rasgo, aún más chocante por la espantosa incidencia que ha tenido y, desdichadamente, ha de tener en la vida entera de las naciones que estos dos hombres gobiernan: cada uno ha logrado empobrecerlas, no sólo a ritmo acelerado, sino al ritmo opuesto en que afirmaban y extendían su poder.
Resumiendo en extremo y sirviéndonos solo de datos que aparecen en todos los anuarios confiables, formulemos así este común rasgo. Hasta la conclusión del primer período de gobierno de Mugabe (finales de la década del 80) Zimbabwe aparecía como uno de los pocos países africanos con mejor calidad de vida, más amplia redes de comunicaciones y mayor producción de energía per cápita; un país con una economía que le permitía autoabstecerse en materia alimentaria y exportar cereales y productos agrícolas industriales; un país, en fín, que podía aspirar a un desarrollo sostenido como nación independiente. Hoy día, todos esas características de la calidad de vida y de la economía de ese país han desaparecido y en su lugar aparecen las cifras que lo señalan como el país africano de más critica economía (desempleo que alcanza el 80%, inflación anual que supera las 8 y hasta las 9 cifras, avance de plagas como el sida, la pobreza extrema y un éxodo inconcebible.
Con este referente, comparemos lo que nos dicen esos mismos anuarios sobre lo que era la economía y la calidad de vida de Venezuela hasta 1998 y lo que es ahora. Los anuarios dan cuenta, en efecto, que Venezuela aparecía, entre los países de América Latina, no sólo entre los países mejor situados en la producción de petróleo, sino en la de otros minerales, piedras o hidrocarburo: diamantes, hierro, bauxita, aluminio, gas natural. Y, lo que quizás pueda causarnos en estos días más asombro y dolor, aparecía también entre los países que podía autoabastecerse y exportar en rúbricas como azúcar, aceite de palma, café, bananas, cacao, y hasta carne vacuna. Comparemos eso, no sólo con las propias estadísticas del gobierno, sino con las razones profundas de la mayor crisis alimentaria que ha conocido Venezuela en un siglo. Y si aún nos queda inquietud y tiempo, comparemos en lo que era nuestra situación en aquellos otros aspectos tan decisivos para la calidad de la vida y el anhelo de un desarrollo sostenido, producción de energía, infraestructura vial, sanitaria y educacional y lo que son ahora.
GOBERNAR PARA DURAR Y NO PARA PRODUCIR Quizás la tarea suprema de quienes buscan resolver la múltiple crisis económica y social en que vivimos consiste en analizar cada uno de esos rasgos del gobierno actual. Pero lo más importante es vincular unos con otros; preguntarse, por ejemplo, qué relación puede haber entre el afán de mantenerse en el poder por medio de elecciones y el empobrecimiento del país. Y quien se haga tan solo esta pregunta, no debería dudar de que está inquiriendo sobre lo que es la esencia misma de una tiranía de izquierda o, como también se le dice, de una dictadura democrática: todos los recursos con que cuenta la nación, el gobierno los invierte en garantizar su perpetuación en el poder, no el mejoramiento, o siquiera el mantenimiento de un mínimo de calidad de vida para la sociedad Para Mugabe, el arte de gobernar ha consistido en usar todos los recursos que ha podido quitarle a los sectores productores (en su casi totalidad propietarios blancos) para mantener vivo el apoyo de unas masas que no conocieron otro régimen de vida que el que les imponía un apartheid tan severo como el que existía en Sudáfrica. Chávez no ha tenido escrúpulos en hacer lo mismo, sólo que aquí todos los sectores, hasta los más depauperados han conocido un tipo de vida mejor, más seguro y con mayor esperanza que este régimen que ahora se nos quiere imponer.
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